Cuando el rey aragonés Alfonso I el Batallador ordenó poblar la villa, esta adoptó su nombre en referencia al terreno accidentado y fragoso sobre el que se alza. De esta forma, la historia de la localidad quedó vinculada a sus montes y al río que la vértebra, el Arba de Biel. Situada en las estribaciones del Prepirineo aragonés, el relieve del municipio es irregular, alcanzando los 852 metros en su punto más alto.
Es uno de esos lugares donde la frase «hay más templo que pueblo» cobra todo su sentido. La iglesia parroquial, dedicada a San Nicolás de Bari, se ubica sobre un cerro en la margen izquierda del río, dominando el pueblo con su alta torre. Es el edificio más imponente de la localidad, con sus sólidos muros de piedra sillar y su vigilante torre-campanario. Aunque no hay castillo, su robusta estructura cumple ampliamente la función defensiva, ya que esta zona fue una fortaleza.
Sus muros austeros están enriquecidos por dos portadas de acceso, obras del renombrado escultor Maestro de Agüero, de finales del siglo XII. Destaca especialmente la portada meridional, con su rica decoración que representa en el tímpano la Adoración de los Reyes Magos, acompañada por un calendario románico que ilustra las labores del campo a lo largo del año.
En su interior, la iglesia conserva un valioso patrimonio artístico, entre ellos el retablo de la Virgen del Rosario, realizado en el siglo XVI por el escultor Juan de Anchieta, y la talla gótica del Santo Cristo.
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